
Me levanto temprano; la casa entera parece sumida en un pacífico letargo, mientras mis hombres aún duermen plácidamente luego de la trasnochada. Tal vez mi cuerpo también hubiera deseado permanecer un rato más en la cama, recuperándose del ajetreo de las jornadas previas; pero la mente no puede prescindir ni siquiera por un día de estos espacios mañaneros de silencio y soledad para meditar, sobre todo en fechas tan movilizadoras como la de hoy.
Me preparo un té de manzana y sirvo en un plato el trozo “no tan perfecto” de mi pan dulce casero elaborado ayer mismo (la parte más presentable, desde luego, fue la que se lució en la mesa de anoche; podría apostar a que no soy la única que rescata de ese modo los sobrantes de accidentes culinarios…) De pronto recuerdo que un par de regalos...
