
Durante gran parte de la historia de la humanidad, las mujeres vivieron literalmente encerradas entre cuatro paredes: crecían envueltas en el halo protector del seno familiar, donde se las entrenaba concienzudamente en todo lo que tuviera relación con las labores domésticas, y sólo abandonaban la casa paterna cuando llegaba el momento de contraer matrimonio y pasar a vivir constreñidas a los límites de su nuevo hogar, dependientes moral y económicamente del marido que les hubiese tocado en suerte (en cuya elección, vale decirlo, no necesariamente se tomaba en cuenta la opinión de ellas). Sin embargo, en las postrimerías del siglo XIX y a lo largo de todo el siglo XX, esas premisas cambiaron: poco a poco, trabajosamente, las féminas fueron conquistando el derecho a instruirse, a trascender...
