La buhardilla de Kassandra

Un santuario donde atesoro mis proyectos decorativos... y algunas otras pequeñas maravillas que enriquecen el Alma

noviembre 21, 2014

Hay días...

...en que una, simplemente, no tiene ganas de hablar.



Días en que el ánimo predispone a la soledad...


...y a buscar en la Naturaleza el sosiego que nuestro espíritu necesita.


Pero si en alguno de esos paseos solitarios, casualmente una se encuentra con una tablita abandonada...


...una vocecita en nuestro cerebro pregunta: "¿por qué no?"; y poco después echamos mano a la lija y al pincel...


Mientras se seca la pintura, recordamos aquellos envases de cartón que siempre guardamos "porque-para-algo-servirán"...


...un recorte de servilleta de algún proyecto fallido...


...y antes de darnos cuenta, estamos recortando letras...


...para darle un empujoncito hacia arriba a nuestro ánimo.


De pronto, advertimos que la tristeza ya no nos abruma tanto...


...y que, poco a poco, la llamita de la ilusión vuelve a encenderse en nuestro interior.


Hasta nos animamos a incursionar por la cocina y preparar algo...


...un regalo bien dulce para compartir con tantas dulces amigas que nos han enviado palabras de consuelo y cariño a través de fronteras, continentes y océanos;


seguro ellas comprenderán también que el silencio no necesariamente significa lejanía...


...sino que a veces, simplemente, una no tiene ganas de hablar.


¡Buen finde para todas!

http://colorincoloradoblog.blogspot.com/
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noviembre 08, 2014

Cumpleaños agridulce


Hoy cumplo cuarenta y seis. 

Lo digo sin pudores, porque más allá de lo que indique la cédula de identidad -e incluso, en ocasiones, el espejo- me veo y me siento más hermosa, sabia y auténtica cada día. Hermosa, no ya gracias a los afeites de la cosmética (que lucra con el miedo irracional a la vejez de tantas mujeres) sino con esa clase de belleza atemporal que surge del interior, de conocernos y amarnos tal cual somos, que nos tiempla la voz y nos hace brillar la mirada sin necesidad de artilugios. Sabia, con el conocimiento adquirido a lo largo de muchos caminos transitados, a veces con un hada benévola como guía y otras -quizá la mayoría- aprendiendo "de la manera difícil". Y auténtica, porque intento parecerme cada vez más a mi Ser Esencial; porque cada año que pasa voy dejando atrás el lastre de tantos paradigmas que alguna vez pudieron definirme pero que hoy ya no forman parte de mí, y develando a esa otra mujer que vive dentro de mi propia piel, tan parecida y al mismo tiempo tan diferente; y poco a poco me concedo más permiso para mimarla, complacerla y aventurarme en su mundo, un mundo secreto de serenidad, belleza y armonía donde ella será siempre la Reina...

Por eso, hace años elegí empezar a celebrar mis cumpleaños en la tranquilidad del hogar, sin fiestas ni bullicio. Es que soy incapaz de meditar sin una mínima dosis de silencio y soledad; y mi modo personal de honrar cada nuevo año de vida es precisamente reflexionar con GRATITUD sobre las bendiciones que tan abundantemente se me brindan: mi hijito, mi pareja, mis padres, mis amigas viejas y nuevas, la salud, el hogar, los sueños que alguna vez postergué y que hoy rebrotan con el entusiasmo de la primavera.

Sin embargo, este ritual tan íntimo y removedor se ha visto este año empañado por un dejo de tristeza: es que hace un par de días -apenas había publicado mi último post- recibí una llamada de mamá, para decirme que mi amada perrita Sheila acababa de dejar este plano terrenal. Y aunque la razón me dice que el hecho de haberla tenido en mi vida durante tantos años es también un motivo para sentirme agradecida con el Universo, no puedo evitar que una lágrima rebelde se me escape ante el recuerdo de sus expresivos ojos castaños...

Encontré a Sheila la madrugada de Navidad, allá por el año 2000. Nunca supimos si alguien la había abandonado ex profeso o había huído de alguna casa, espantada por el estruendo de la pirotecnia. Pero desde el instante en que la puse en mis brazos por primera vez -un bultito negro tembloroso y gimoteante- supe que había nacido una conexión especial entre las dos, y que esa conexión se extendería por siempre.

Era la perra más dulce y mansa que jamás he conocido, contrariando la fama de agresividad extrema que les han endilgado a los de su raza. Siempre fue especialmente sensible al frío, por lo que los primeros tiempos dormía acurrucada contra mi pecho; y luego, cuando su desarrollo físico la fue transformando en una esbelta y vigorosa adulta, decidió que "su" lugar de descanso era junto a mi lado de la cama, lo suficientemente cerca como para que yo pudiera extender el brazo y hacerle una caricia de buenas noches, que ella reciprocaba frotando suavemente su húmedo hocico contra el dorso de mi mano...

Tuve varios animales de compañía por ese entonces, y a todos y cada uno los amé con el alma; pero únicamente ella y Naomi -una gata mística cuya historia contaré en otra ocasión- se habían asumido como exclusivamente "mías" (¿o debería decir que me habían "adoptado" como SUYA?) Sin embargo, en esos tiempos de aparente felicidad yo aún no calibraba la inmensidad del amor que estos ángeles de cuatro patas eran capaces de prodigar. 

Apenas años más tarde lo entendí realmente: fue cuando las circunstancias de la vida me llevaron a encontrarme completamente sola en una enorme casa vacía, con mi salud física y psicológica seriamente comprometidas. En ese entonces, cuando ni a mis propios padres les hablé abiertamente de mi estado y sólo alguna amiga incondicional se daba una vuelta para asegurarse de que hubiese sobrevivido un día más, Sheila asumió decididamente su papel de compañera, confidente y "ángel guardián" de mis noches insomnes; y cada vez que, presa del más hondo desasosiego, deambulé como un fantasma por las habitaciones oscuras, su estilizada figura caminaba mansamente un paso atrás, apenas levantando la cabeza ocasionalmente para mirarme, como diciéndome: "No estás sola. Pase lo que pase, yo estoy aquí, contigo". 

Fue también mi único consuelo cuando perdimos a Naomi, víctima de una fulminante enfermedad que se la llevó en apenas unas pocas semanas. Y tan inmenso era su amor que -aunque los escépticos le busquen explicaciones más racionales- de algún modo llegó incluso a somatizar mi anorexia, hasta el punto de quedar tan en los huesos como yo misma...

Después, la vida dio otro viraje brusco y me mudé a una casa mucho más pequeña, donde ya no había espacio para mi querida compañera. Fue entonces cuando la llevé a vivir con mis padres; contaba por esa época seis años de edad, y aún cuando se adaptó rápidamente a su nuevo hogar y pronto recuperó el estado físico ideal, siempre me dejó en claro que seguía considerándome su "mamá". La alegría que demostraba cada vez que me veía llegar era inmensa, tanto como su desazón al verme partir nuevamente; y cada vez que intentaba explicarle cuánto la amaba y lo difícil que me resultaba estar alejada de ella, sólo fijaba sus ojos aterciopelados en los míos y rozaba con su hocico húmedo el dorso de mi mano, como diciendo: "No te angusties, yo comprendo".

Los años pasaron demasiado rápido; me mudé a una ciudad diferente, tuve a mi hijito y cada vez mis visitas a la casa paterna se hicieron más esporádicas. Mientras tanto, Sheila se fue tornando mayor y empezaron a aparecer algunos signos de la edad: perdió paulatinamente la audición, y últimamente también casi por completo la vista; pero su olfato seguía intacto, y bastaba que percibiera en el aire mi olor personal para que le cambiara hasta la expresión, y viniera mansamente a buscar un mimo en mi regazo, como en los viejos tiempos cuando vivíamos juntas...

La última vez que estuve por allá, la encontré muy desmejorada. Ya casi no se levantaba, excepto para comer; el resto del día lo pasaba tomando largas siestas al sol, o acurrucada en su camita. No obstante, la noche que partíamos de regreso ocurrió algo extraordinario: cuando a las dos de la madrugada salí con mi hijo a la puerta para aguardar el taxi que nos conduciría a la terminal de ómnibus, me la encontré echada en un rincón del porche, como si de algún modo nos estuviera esperando. "¿Qué hacés, negrita?", le dije suavemente."¿Por qué no estás en tu cama calentita?" Ella levantó lentamente la cabeza y una vez más me miró con sus ojos inefables, ahora casi ciegos... y entonces entendí: había venido a despedirse, presintiendo tal vez que ya no volveríamos a vernos en este plano de existencia. Así que dejé el equipaje a un lado, me arrodillé junto a ella y la acaricié con ternura, repitiéndole que la amaría siempre y agradeciéndole por tantos años de amor incondicional; y me vine con esa tristeza en el Alma, por no haber podido quedarme a su lado durante el tiempo que le restara de vida...

Ahora ya no está más con nosotros. Mientras su cuerpo reposa en el jardín de mi madre, rodeado de rosas y de lirios, quiero creer que su alma pura y transparente anda correteando por el paraíso de los perros, y desde allí me hace un guiño con sus ojitos castaños... Para ella va pues, en este día tan especial, mi amoroso recuerdo y homenaje, en los versos de una vieja canción:
"Y si hacemos caso a la leyenda,
entonces tendremos que pensar
que en la tierra hay una perra menos
y en el cielo, una estrella más..."
(MECANO)

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noviembre 06, 2014

De hilos y agujas


Han sido días complicados por estos lares; gran revolución no sólo en lo externo -con mucho trabajo formal y poco tiempo para liberar los ímpetus creativos que bullen en mi cabeza- sino fundamentalmente a nivel interior, con este Noviembre que avanza raudo aproximándome a un nuevo cumpleaños y al consiguiente cambio de vibración numerológica, que habitualmente causa algún desajuste hasta tanto nos amoldamos a la nueva frecuencia. 

No obstante, a pesar del estado de ánimo ligeramente perturbado, siempre resulta terapéutico hacerle caso a Marce y "tomarnos un tiempito para crear algo lindo". El trabajo que traigo para compartir esta semana es más que frugal; hiper simple, diría yo. Sin embargo, fue una suerte de pequeño obsequio para motivarme a mantener un mínimo orden en medio de mis desbordes de inspiración...

Verán: amo coser con todo mi corazón. De hecho, lo amo tan obsesivamente que cuando empiezo, simplemente no puedo parar... Y mientras las telas, alfileres, hilos y prendas a medio terminar se amontonan en cuanto espacio disponible haya (léase mesa del comedor, sofás, sillas e incluso camas), el resto de la casa sufre el abandono total de su Gerenta General, ¡al punto de que los calcetines y los platos se lavan cuando ya no queda ninguno limpio por usar!

De ahí que por temporadas me obligo a darle vacaciones a la máquina de coser, para concentrar las energías en organizar el resto de mi ya de por sí caótico universo cotidiano (bueno, tampoco es que sea yo la única desordenada compulsiva en la casa: el Principito parece haber heredado el mismo gen, sólo que elevado a la décima potencia :D ). Pero entonces, subrepticiamente, comienzan a aparecer los duendecillos de la tentación: un pantalón del peque que se descose en la entrepierna, camisas de "la otra mitad del equipo" que piden a gritos un cambio de cuello -siguiendo la técnica que tan bien explicara Pilar en su blog-, alguna sábana o mantel que necesita un nuevo dobladillo... y aunque durante varias semanas me resisto estoicamente, siempre acabo sucumbiendo por enésima vez en las redes del "vicio" y perdiéndome en mi adorada maraña de hilos y agujas...

Por eso, en esta ocasión encaré el desafío de crear un rincón dentro de "mi" rincón (las que viven en espacios reducidos entenderán de qué hablo) para dedicarlo exclusivamente a las costuras; y aunque es un proyecto que está todavía en curso, me he propuesto que sea lo suficientemente organizado como para facilitarme la tarea y lo suficientemente bonito como para estimularme a permanecer allí en vez de extender mi "taller" a toda la casa, como solía hacer hasta ahora. 

Empecé, como les decía, con algo bien sencillito: un organizador de hilos. Para ello utilicé un viejo soporte de condimenteros hallado en mis antiguas excursiones por las ferias vecinales, y que hace un tiempo había pintado con spray blanco (el cromado original estaba bastante salpicado de óxido) aunque no tenía aún un destino específico. No tengo fotos del "antes", pero así es como lo re-encontré ahora:


Desarmé las distintas partes del soporte (que iban unidas con un tornillo corto)...


...y por otro lado, marqué en un trozo de madera un círculo de diámetro algo menor al del plato.


Una vez cortado el círculo con mi amiga la caladora, procedí a hacer un "molde" del mismo en papel, donde fui marcando diámetros equidistantes y sobre ellos dibujé puntos conformando dos círculos concéntricos. Pegué el molde de papel con cinta adhesiva sobre el círculo de madera y empecé a perforar con el taladro en los puntos marcados:


A continuación, corté palillos de brochette a la medida de los carreteles de hilo, tantos como orificios había perforado en la madera. Descartando el orificio central (que serviría para volver a colocar el tornillo) fui insertando los palitos en cada agujero donde previamente había colocado un punto de cola vinílica.


[NOTA: para un resultado más prolijo, puede usarse únicamente las puntas de la brocheta; yo para economizar corté cada palillo en tres fragmentos rectos, teniendo en cuenta que no se ven una vez colocados los hilos.]

Así quedó la pieza completa, después de secar bien la cola y recibir un par de manos de pintura en spray blanca:


Luego sólo tuve que buscar un tornillo un poco más largo y volver a armar el soporte de metal con la pieza de madera incorporada. Un galón de pasamanería le dio el toque de glamour, y así se ve ya terminado y en funciones:


Para complementar este práctico accesorio, decidí además tunear mi viejo alfiletero, que tiene ya más de dos décadas y alguno que otro traumático accidente en su haber (la "frutillita" perdió todas sus hojas hace años, en las fauces de un cachorro juguetón...)


La tacita y el platillo de café no son del mismo juego pero "casan" admirablemente bien, y andaban por allí entre otros adminículos, a la espera de un más honorable destino. Un retazo de seda labrada muy ochentosa y otro restito de pasamanería conformaron el nuevo vestido de la Cenicienta, que ahora va al baile de las costuras en su espléndida carroza de porcelana...


Así, el "rincón dentro del rincón" empieza a engalanarse con detalles de los que a mí más me gustan: útiles y bellos al mismo tiempo...


(hablando de belleza, el porta-agujas que acompaña al flamante dúo -exquisitamente decorado con crochet, flores, perlas y cinta teñida con té- es uno de los obsequios con que mi querida Serena "Lady of the Woods" me ha honrado hace algunos meses... un grato recordatorio de esta amiga tan especial para inspirar mis jornadas costuriles!)


Y así, con la presencia serena de mi abuela -de quien ciertamente heredé el amor por los hilos y agujas-, sigo construyendo otro diminuto santuario para el Alma creativa (tengo más trabajos frugales en proceso que también irán a enriquecer esa área; pero ésos los dejo para la próxima).


Por ahora me tomo un respiro para saborear un té de frutas, y luego marcho con mis hilos y agujas a visitar a Marcela, donde la pandilla frugalera se reúne todos los viernes para compartir ideas y amistad... Las espero la semana entrante (¡ya con un añito más para celebrar!)

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Regresa pronto!!!

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