La buhardilla de Kassandra

Un santuario donde atesoro mis proyectos decorativos... y algunas otras pequeñas maravillas que enriquecen el Alma

diciembre 25, 2011

La mañana de Navidad


Me levanto temprano; la casa entera parece sumida en un pacífico letargo, mientras mis hombres aún duermen plácidamente luego de la trasnochada. Tal vez mi cuerpo también hubiera deseado permanecer un rato más en la cama, recuperándose del ajetreo de las jornadas previas; pero la mente no puede prescindir ni siquiera por un día de estos espacios mañaneros de silencio y soledad para meditar, sobre todo en fechas tan movilizadoras como la de hoy.

Me preparo un té de manzana y sirvo en un plato el trozo “no tan perfecto” de mi pan dulce casero elaborado ayer mismo (la parte más presentable, desde luego, fue la que se lució en la mesa de anoche; podría apostar a que no soy la única que rescata de ese modo los sobrantes de accidentes culinarios…) De pronto recuerdo que un par de regalos comprados a última hora todavía están sin envolver, y pongo rápidamente manos a la obra, mientras me prometo solemnemente a mí misma -¡una vez más!- que el año próximo seré más organizada y terminaré todo con la debida anticipación. Tras finalizar la tarea, me siento a contemplar con satisfacción los paquetes multicolores apilados al pie del arbolito, y me doy permiso para saborear el primer sorbo de té.

Sólo entonces caigo en la cuenta del dolor generalizado que parece haberse instalado en cada uno de mis músculos, desde la cabeza hasta los pies. Supongo que la contractura que va desde la base del cráneo hasta la nuca tenga que ver con alguna mala postura durante el sueño; los calambres en hombros y brazos seguramente se deban a la cantidad de bolsas repletas de ingredientes para la cena que cargué desde el supermercado hasta casa, mientras hacía malabares para lograr que mi inquieto pequeño no se soltara de la mano en pleno tráfico; y el dolor en las piernas y tobillos sin duda se originó en las largas horas de pie en la cocina batiendo, amasando, mezclando y horneando las delicias que orgullosamente presentaría en la mesa familiar. Mas cuando empiezo a darme por satisfecha con tan sabihondas explicaciones, dos o tres estornudos consecutivos y un incipiente congestionamiento nasal vienen a darme la pista acertada: ¡me encuentro en la fase inicial de un estado gripal! (lo cual en seguida me lleva a preguntarme: ¿será que todo el estrés de los preparativos para las festividades, más allá de su buena intención, termina por devastarle a una el sistema inmunológico?)

Frente a mí, el arbolito de Navidad se ve hermoso ―aún sin el embellishment de las luces intermitentes―, con sus adornos dorados reflejando los rayos de sol matinal que se cuelan por el ventanal del estar. En su base, sobre una cuidada escenografía de papel roca, varias coloridas figuritas de yeso representan la escenificación de la Natividad. Me retrotraigo a las Navidades de mi infancia, a la forma en que año a año mi madre ejecutaba amorosamente el ritual de decorar el árbol y armar el pesebre, y no puedo evitar cuestionarme cuántas de estas tradiciones tienen real sentido para las personas que somos hoy día, y cuántas otras repetimos simplemente por costumbre, por mandato familiar… o porque “todo el mundo lo hace”.

Mi Diario de Gratitud descansa indolente sobre la mesa, junto al gran velón rojo adornado con estrellas federales y piñas pintadas de dorado. No sin cierta culpa recuerdo que anoche me fui a la cama tan exhausta, que olvidé por completo asentar mi página de agradecimientos cotidianos. Debería empuñar la lapicera ahora mismo y tratar de hilvanar algún pensamiento, pero no estoy inspirada para escribir: aunque suene paradójico, me resulta difícil encontrar cinco cosas positivas para agradecer tras una jornada tan agotadora y llena de emociones contradictorias, sin caer en las frases trilladas propias de estas celebraciones...

Justo en ese momento, una pequeña silueta se recorta contra el marco de la puerta: mi hijito acaba de despertar y aparece descalzo, en pañal y con el pelo enmarañado cubriéndole los ojos soñolientos. A sus dos años recién cumplidos, todavía no entiende lo que significa la Navidad, pero se da cuenta de que no es una mañana cualquiera al percibir el montón de paquetes llamativamente envueltos bajo el arbolito. Me interroga con los ojos y lo animo a que se acerque a explorar; segundos después está sentado en el piso desenvolviendo obsequios tan sencillos y frugales como nuestro propio estilo de vida (una pelota de fútbol, un libro de animales, un par de ojotas, un avión de plástico).

Y  sólo entonces, mientras contemplo la expresión limpia en su mirada y su sonrisa abierta, deslumbrada ante cada nuevo descubrimiento, comprendo la oportunidad que se me brinda para darle un nuevo significado a la Navidad, un significado personal, propio, independiente de toda connotación religiosa o social: no se trata de obligaciones y cuestionamientos, de correteos y agobios, de tradiciones perfeccionistas que fuerzan a la gente a comportarse en forma acartonada ―y a veces hipócrita― para no “salirse del libreto”, de comer y beber en exceso, o de paliar vacíos emocionales a través de regalos caros… 

Se trata de aprender a VIVIR EL MOMENTO y ver el mundo con los ojos maravillados de un niño, para el que hasta el más común de los días puede deparar sorpresas gratificantes. Se trata de amar y aceptar a los otros exactamente como son, no como desearíamos que fuesen (¡en especial a aquellos a quienes no les gustan las Fiestas!). Se trata de vivir AQUÍ Y AHORA, sin añorar el ayer ni pre-ocuparnos por el mañana. Y sobre todo, se trata de agradecer humildemente y desde lo más profundo del corazón esos dones elementales que normalmente damos por descontados, sin importar que suene a “lugar común”: que estamos VIVOS, que estamos SANOS (la gripe seguro se irá en un par de días), que estamos JUNTOS, que tenemos una casa hermosa que nos acoge, ropa que nos abriga y alimento en la mesa… Se trata, en resumen, de HONRAR LA VIDA.



«Yo os aseguro: si no cambiáis y os hacéis como los niños, no entraréis en el Reino de los Cielos» (Mt. 18, 3)

¡¡¡MUY FELIZ NAVIDAD PARA TOD@S!!!
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diciembre 21, 2011

Transformaciones

¡Hola, amigas! Finalmente, pasada toda la locura de los preparativos para el cumpleaños del benjamín, puedo tomarme unos minutos para saborear una taza de té de frutilla mientras les cuento en qué proyectos ando inmersa por estos días. Bueno, en realidad debería decir "andamos", porque la más tediosa de las transformaciones que les voy a mostrar fue hecha casi exclusivamente por mi pareja... 

Creo haberles contado previamente que cuando nos mudamos a esta casa, tanto el piso de madera de mi futuro dormitorio como el de baldosas de toda la sala de estar estaban pintados con látex color verde inglés (¡todavía me estoy preguntando con qué finalidad cometería alguien semejante despropósito!). En el dormitorio, tras un trabajoso proceso de decapado y cepillado, logramos recuperar mínimamente el aspecto original de la madera -pero eso se los mostraré en un próximo post, cuando mi "soñada alcoba francesa" esté un poco más adelantada:)- En cuanto al suelo de la sala, lo peor no era la pintura en sí misma sino que estaba cuarteada y descascarada por todas partes, dejando asomar aquí y allá baldosas de distintos colores y dándole al ambiente un aspecto tremendamente desprolijo. En su mayoría se veía así:


La opción más sencilla era volver a pintar directamente encima del desastre (o sea, lo mismo que habían hecho varias veces los anteriores ocupantes de la casa), aunque a juzgar por los resultados a la vista, era obvio que ello sólo representaría una solución a corto plazo; también consideramos la posibilidad de colocar pisos vinílicos, pero el costo de esa solución excedía nuestro presupuesto por el momento. Así que tras mucho deliberar en equipo, decidimos encarar la tarea más complicada: intentar quitar aquí también la pintura a ver qué nos encontrábamos debajo. De modo que mi compañero -con su habitual disposición- puso manos a la obra de inmediato, y después de cuatro días completos removiendo pintura a fuerza de solvente y espátula (¡había tres capas sucesivas de diferentes colores!) esto es lo que empezó a aparecer:


Voilà! Un clásico suelo diseñado en damero, característico de muchas casas antiguas. No necesito aclarar que tantos años de procesos químicos han opacado bastante la textura original de las baldosas; pero confío en que con un tratamiento periódico de cera al agua, poco a poco irán recuperando el brillo y el color. En cualquier caso, el piso se ve mucho más entero y uniforme que antes, e incluso con su actual aspecto desgastado luce cierto encanto vintage...

A esta altura se estarán preguntando qué hacía yo mientras el pobre hombre se gastaba las rodillas en estos menesteres, ¿verdad? Lo cierto es que me hallaba ocupada rescatando un auténtico tesoro familiar: este viejo sillón-cama (que perteneció a la madre de mi compañero, fallecida hace tiempo) fue nuestro primer mueble propio cuando nos mudamos juntos, y desde entonces acompañó gran parte de nuestros momentos importantes como familia. Por eso, a pesar de que ha visto mejores épocas y que ya se le notan los años, no dudamos en traerlo con nosotros a la nueva casa, con la intención de remozarlo cuando hubiera oportunidad.


(como ven, la señorita Malú 
también quiso salir en la foto...)

Y la oportunidad surgió cuando encontré en una mesa de rebajas un gran corte de tela rústica a rayas en colores crudo y marrón, ideal para darle un nuevo aspecto. En principio pensé usar la tela para retapizar el sillón; pero luego, considerando que mi pequeño de dos años no entiende demasiado de tapizados delicados (con lo que en pocos días seguramente acabaría lleno de manchas de todo tipo, como lamentablemente está ocurriendo con las sillas que recuperé antes), opté por confeccionar una funda que pueda fácilmente ser retirada para el lavado y vuelta a colocar en su sitio cada vez que sea necesario. Buscando como siempre inspiración en la red, encontré una idea que me pareció adecuada...

(Fuente: www.mysofaslipcover.com)

...así que sólo faltaba poner manos a la obra! Cinta métrica, tijeras y máquina de coser, y esto es lo que resultó:

Detalle de los almohadones haciendo juego

Y por fin, el espíritu de las Fiestas se instaló a la "nueva-vieja casa": junto con los últimos muebles de la mudanza, llegó una caja con el gran árbol navideño que solía decorar cuando vivía en el interior, y que por motivos de espacio no traje conmigo cuando volví a residir a la capital; se trata de un bello pino artificial de 2 metros de altura y follaje muy frondoso, que lucía el típico color verde oscuro a imitación de los abetos naturales. 


Sin embargo -probablemente influenciada por tantos blogs donde exqusitas creadoras reinventan su entorno pintándolo todo de blanco, al mejor estilo shabby chic-, se me ocurrió que este año deseaba un arbolito un poco más "nevado" (no TOTALMENTE blanco, sino sólo con un toque de nieve): así que ni lerda ni perezosa lo saqué al patio, me calcé los guantes, eché mano a mi lata de pintura en spray... 

... ¡y "nevó" a pleno sol!

¿Qué les parece el cambio? A mí me gustó tanto, que estoy pensando darle el mismo tratamiento a la corona de la puerta y al arbolito miniatura... ¡Me encanta cómo lucen mis adornos dorados sobre este nuevo color de fondo! Aquí les pongo en fotos el resultado final de mis transformaciones de esta semana:

"Gloria a Dios en las alturas,
y en la Tierra PAZ a los hombres (y mujeres)
de buena voluntad"
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diciembre 08, 2011

Pensando en Navidad

Fuente: http://christmastree.in

Hoy -8 de diciembre- es el día en el que tradicionalmente en mi país se arma el árbol de Navidad; pero a fuer de ser sincera, debo confesar que en muy pocas ocasiones he logrado cumplir en tiempo y forma con ese ritual. 

Quizá tenga que ver con el hecho de que padezco impuntualidad crónica (soy de esa clase de personas que siempre piensan "media hora da de sobra para ir a tal lugar", y luego llegan quince minutos tarde a todos lados!), por lo cual una parte rebelde de mi cerebro se resiste a respetar los implacables plazos marcados en el almanaque. Pero rastreando un poco más profundo, me vienen a la mente imágenes de la infancia: en casa se usaba un ciprés natural para la decoración navideña, y dado el clima cálido que reina en nuestras latitudes por estas fechas, había que decorarlo alrededor del 20 de diciembre para que durara hasta el Día de Reyes sin perder por completo la frescura y el color. Tal vez por eso, aunque desde hace años me pasé al equipo de las que usan árboles artificiales (perdón, amigas blogueras de Europa y EEUU; sé que las tradiciones son diferentes en cada país, pero hoy día me resulta insoportable la idea de cercenar un árbol vivo simplemente para satisfacer un capricho estético), igualmente es difícil que el mío se encuentre completamente decorado antes de tal fecha. Para colmo de males, a esa innata resistencia a "entrar en clima festivo" se sumó desde hace poco otro factor importante: mi niño cumple años el 17 de diciembre, con lo cual generalmente la primera quincena del mes tengo la cabeza totalmente ocupada con la organización de su fiestita, y recién después logro concentrar la energía en los preparativos para las Fiestas tradicionales...

No niego que me invade un poco de "sana" envidia cuando veo las entradas actuales de los blogs que sigo, llenas de ideas festivas y arreglos navideños, a cuál de todos más maravilloso (por lo que pude ver, en Norteamérica se estila decorar la casa para Navidad ya a fines de noviembre, apenas pasado el Día de Acción de Gracias). De hecho aquí mismo, las vidrieras de los comercios cambiaron rápidamente el negro y anaranjado típicos de Halloween por una miríada de lucecitas intermitentes y una sinfonía en verde, rojo y dorado que lleva ya varias semanas bombardeándonos de forma casi agresiva... El año pasado, tras una frenética carrera en pos de decorar mi minúsculo apartamento apenas horas antes de Nochebuena (el "espíritu navideño" me invadió más tarde que nunca, tras pasar buena parte del mes simplemente ASQUEADA por el consumismo brutal que invade a la gente en esta época), me propuse que este año sería diferente, que prepararía todo con la debida anticipación y que me sustraería a toda esa insanía colectiva para centrarme en el significado auténtico de la celebración; incluso -siguiendo como siempre a Sarah Ban Breathnach- había planeado confeccionar un scrapbook especial donde reunir recuerdos, tradiciones familiares y todas esas pequeñas cosas simples que le dan verdadera trascendencia a estas festividades. Sin embargo ya ven, diciembre me sorprende en una "nueva" vieja casa con mil reparaciones por hacer, y mientras las horas vuelan en torno a latas de pintura y costuras a medio terminar, me pregunto con desazón si algún día lograré parecerme mínimamente a esos ejemplos de organización hogareña que empiezan a envolver regalos navideños ¡en pleno julio!

Pero al fin y al cabo, me consuelo recordando que la mejor Navidad de toda mi vida no tuvo nada que ver con elaboradas ornamentaciones, banquetes espléndidos ni obsequios envueltos primorosamente: fue aquella Nochebuena de 2009, cuando tras una cena sencilla, nos sentamos con mi compañero en el viejo sillón a contemplar en silencio el destello de luces multicolores de un árbol diminuto (tanto como nuestro hogar de entonces), mientras dábamos gracias a la Vida desde el fondo de nuestros corazones por aquel regalo de apenas días de nacido que dormía plácidamente en mis brazos, ajeno a toda la algarabía exterior... 

Después de todo, ¿acaso la historia no empezó precisamente así, con el milagro de un Niño venido al mundo en el más humilde de los entornos?


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diciembre 06, 2011

Un sencillo "makeover"... y otros proyectos en curso

Hola amigas! Según lo prometido acá estoy de nuevo, poniéndolas al tanto de mis (lentos) avances en materia decorativa. Para ser franca, desde que me mudé a la nueva casa son TANTAS las tareas a realizar, que inevitablemente me siento un poco abrumada al levantarme cada mañana y comprobar cuán insignificantes parecen mis progresos frente a todo lo que aún queda por hacer... Sin embargo, me he propuesto firmemente trabajar al menos un par de horas cada día en un proyecto pendiente, aunque para ello deba contar con la "ayuda" permanente de mi inquieto retoño, que se empeña en usar las herramientas e imitar cada una de mis actividades (con la consecuente serie de pequeños accidentes que ello suele implicar!) 

Para empezar -y a fin de motivarme con una tarea fácil y rápida- decidí recuperar del olvido un par de sillas cromadas que nos acompañaron en las últimas dos mudanzas (mi pareja comparte la adicción a rescatar cosas que otros desechan, y también la resistencia a tirar cualquier objeto que pueda tener una segunda oportunidad), pero que dado su aspecto calamitoso siempre terminaban arrumbadas en un galpón, a la espera de que un súbito arranque de inspiración de una servidora las pusiera de nuevo en carrera. Aquí les pongo algunas fotos del "antes" para que puedan apreciar la materia prima con la que empecé la transformación.

 
Como verán, la tarea parecía bastante desalentadora en principio. Además, el reto era reciclarlas con el mínimo gasto posible, así que hube de echar mano al ingenio y a las cosas que tenía en reserva: dos manos de esmalte blanco para metales (del que no necesita aplicar previamente fondo antióxido), una antigua cortina de tela rústica a rayas, máquina de coser, unas cuantas horas de trabajo concienzudo, y voilà: se produjo el milagro...


Por estos días, no obstante, me encuentro enfrascada en un proyecto mucho más ambicioso: se trata de un ropero de estilo francés con puertas corredizas, que compré en un remate barrial por la modesta suma de 1.600 pesos (unos 80 dólares americanos, una ganga si se piensa que es de madera maciza y que cualquier modular de MDF de los "modernos" no baja de 4.000 pesos), el cual viene a solucionar -al menos en lo que a ropa se refiere- nuestro eterno problema de almacenamiento. Así estaba cuando me lo trajeron:

Vista general
Vista del interior (sin las puertas)
Detalle del tallado en la parte superior
Detalle de las patas torneadas

El primer paso del proceso consistió en lijar muy bien todo el exterior; luego apliqué dos manos de esmalte sintético satinado blanco, y a juzgar por el resultado estoy considerando seriamente darle una tercera.


Pero previamente decidí forrar el interior, y para ello elegí una bonita tela de sábana con flores azules (¿ya les conté que me encanta la combinación de azul y blanco?)


El problema se presentó cuando intenté pegar la tela con cola vinílica al fondo del mueble (que estaba pintado con algún tipo de barniz tonalizado): el tinte rojizo del barniz comenzó a aflorar a través de la cola húmeda, manchando por completo la tela. Así que tuve que despegar, lavar bien la tela con agua caliente para recuperarla, y ahora me encuentro en proceso de lijar totalmente el interior del ropero a fin de evitar que cualquier mancha indeseable estropee el resultado final (como en todos los caminos, en este también se aprende equivocándose!!!)

Espero en la próxima entrada poder mostrarles el resultado final -o al menos lo más cercano a él, ya que tengo en mente algunas ideas de embellecimiento que probablemente me lleven un poco más de tiempo :)-. Por ahora, me voy a seguir LIJANDO, mientras mi pequeño continúa empecinado en hacerme de ayudante...

(¿acaso sólo yo noto el parecido?)
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